Mantenerse en forma a pesar de los años es posible gracias a los alimentos que eliminan los residuos intracelulares y estimulan la regeneración.
A medida que envejecemos, se producen cambios en los órganos del cuerpo. Las arrugas de la piel y las canas, los signos externos más evidentes, no son perjudiciales.
En cambio, la pérdida de memoria, el debilitamiento de los huesos o las deficiencias auditivas y visuales, que afectan a la comunicación, afectan considerablemente a la calidad de vida.
Cómo y por qué envejecemos
Pero, ¿por qué envejecemos? ¿Cómo funciona este proceso? ¿Envejecen algunas partes del cuerpo antes que otras? Hay dos teorías que tienen más apoyo científico: los radicales libres y el acortamiento de los telómeros.
Los seres vivos están expuestos a las infecciones, a las radiaciones del medio ambiente y a toda una serie de tóxicos (aditivos alimentarios, pesticidas, plásticos…). Todos estos elementos generan radicales libres. Por otra parte, el organismo produce naturalmente este tipo de moléculas oxidativas como resultado de su propio metabolismo y respiración.
Los radicales libres son peligrosos porque atacan a los componentes celulares, especialmente a los ácidos poliinsaturados de las membranas, a algunas proteínas y al material genético, dañándolos y alterando su función.
La acumulación de daños en el genoma provoca el acortamiento de los telómeros (las partes más externas del ADN), que ya se acortan en cada replicación celular. Cuando la pérdida alcanza el 20% de la cadena cromosómica, la célula ya no es capaz de reproducirse y muere. Así pues, ambos mecanismos están implicados en el envejecimiento y la senescencia de las células.
Genes y antioxidantes activados
Para combatir estas moléculas agresivas que acortan la vida, la acción de los antioxidantes es esencial. La proteína Nrf2 es un factor de transcripción que activa los genes que producen enzimas y antioxidantes endógenos. Por tanto, proporciona protección contra las patologías inflamatorias y cancerígenas. El envejecimiento saludable depende en gran medida de su buena actividad.
También son importantes las vitaminas C, E, el betacaroteno, los flavonoides, el zinc y el selenio, sustancias que ayudan a proteger las células del estrés oxidativo.
Pero, ¿qué debemos hacer para mejorar nuestra capacidad genética de producir antioxidantes? Nada más fácil que comer los alimentos adecuados.
10 superalimentos antienvejecimiento
En segundo lugar, hemos seleccionado diez alimentos que contribuyen al buen envejecimiento del organismo:
Las nueces que protegen el corazón y el cerebro.
Es uno de los frutos más ricos en ácidos grasos omega-3, grasas «buenas» vitales que protegen las membranas celulares, equilibran los lípidos, previenen los procesos inflamatorios relacionados con la edad y reducen la aglomeración de plaquetas que provoca la trombosis. Unas 5 nueces (15 g) cubren el 20% de las necesidades diarias de omega-3.
Las nueces también contienen ácido elágico, que favorece la eliminación de carcinógenos y ayuda a bloquear el desarrollo de células cancerígenas. Se recomienda comerlas crudas y masticarlas bien. Para los niños y las personas mayores, es preferible triturarlos y servirlos en sopas o papillas.
La chlorella y su gran poder desintoxicante
Todas las algas tienen efectos desintoxicantes, pero el alga unicelular chlorella (Chlorella pyrenoidosa) destaca entre ellas por su gran capacidad para eliminar los metales pesados del organismo. Aporta una pequeña dosis de proteínas completas y muchas vitaminas del grupo B, enzimas y minerales.
También contiene un alto porcentaje de clorofila, que actúa limpiando los intestinos, los riñones, el hígado y la sangre.
La chlorella estimula la respuesta inmunitaria, la curación de los tejidos y la regeneración de la flora intestinal. Por ello, se recomienda encarecidamente su consumo regular para mantener la salud. Puede tomarse como suplemento dietético: De 1 200 a 1 500 mg por la mañana con un vaso de agua o dividido en dos dosis, antes de las comidas.
El brócoli, un escudo contra el cáncer
Contiene altas dosis de isotiocianatos, indoles, sulforafanos y glucosinolatos, compuestos azufrados que activan la proteína Nrf2, bloquean la expresión de genes inflamatorios y tienen efectos anticancerígenos.
La cocción desactiva gran parte de estas moléculas beneficiosas (se pierde un 20% cada cinco minutos), por lo que conviene cocinar lo menos posible para conservar estas propiedades. Los tallos tiernos pueden comerse crudos o ligeramente cocinados en ensaladas.
También aporta antioxidantes que neutralizan los radicales libres y retrasan el envejecimiento celular. El brócoli debe incluirse en la dieta varias veces a la semana.
Zanahorias, el maestro del betacaroteno
La humilde zanahoria (caroteno en griego) es el alimento más rico en betacaroteno: 832 mcg por cada 100 g (unos 1,1 mg de vitamina A). Quizá por eso se ha identificado que estos compuestos son tan valiosos para la salud.
Los betacarotenos son antioxidantes que se convierten en el cuerpo en vitamina A, esencial para la salud de la vista, la piel, las mucosas y la inmunidad.
Consumir 100 g de zanahorias al día ayuda a preservar la retina y evita la pérdida de agudeza visual debida a la degeneración macular, una causa común de ceguera en la vejez. Aunque generalmente se recomienda consumir las verduras crudas para que los nutrientes no se pierdan con la cocción, los carotenoides de las zanahorias se conservan y absorben aún mejor cuando se cocinan o preparan.
El germen de trigo contra la fatiga
Potencian sus vitaminas B, importantes para el sistema nervioso e inmunitario y para la producción de hormonas, enzimas y proteínas. Gracias a la vitamina E (22 mg / 100 g), también son un potente antioxidante que protege el sistema circulatorio, la piel y los ojos. Y muchos minerales (fósforo, hierro, magnesio, calcio, zinc y potasio) son importantes para prevenir la anemia y fortalecer los huesos.
Dos cucharadas al día, espolvoreadas en sopas, ensaladas o yogur, aumentan la resistencia a la fatiga, que disminuye con la edad.